El antiespecismo: la última frontera de la Justicia
Estimado Fernando,
Muchas gracias por el titular de tu artículo aunque me temo que no comparto el resto: o lo ha escrito otra persona o lo escribiste al estilo Gollum/Smeagol o te has hecho un lío con los conceptos especismo-antiespecismo. Los antiespecistas consideran que no es aceptable la discriminación arbitraria de otros animales por el mero hecho de pertenecer a una especie distinta a la nuestra ya que la relevancia moral no viene determinada por la inteligencia, sexo, raza, religión, edad, la habilidad para hacer macramé o cocinar magdalenas sino por la capacidad de experimentar placer y dolor. Este planteamiento suele sorprender tanto como cuando se planteaban derechos para las mujeres o la libertad para los esclavos negros. Seguramente, al carecer de argumentos sólidos, recurres al insulto fácil (chiflado, estúpido) o chistecitos infantiloides sobre los porros. De todos modos, imagino que, del mismo modo que no has visitado nunca un matadero, tampoco has visitado un centro psiquiátrico o la planta de neurología de cualquier hospital, ya que evitarías este tipo de "argumentos".
Afirmas de manera categórica y dogmática que la vida humana vale más que la de cualquier animal y tampoco explicas con tu máxima qué quieres decir con ella: ¿que en un mercado pagarías más por un humano que por un animal? ¿que el ser humano tiene, per se, una cualidad pseudosagrada, aunque sea Ted Bundy o Pol Pot? ¿está esa superioridad entonces en el número de cromosomas? ¿en que cocinamos mejor las magdalenas que los perros?
Los antiespecistas no pretenden privar a los humanos de experimentar placer, bienestar o felicidad (comer, divertirse, vestirse) sino que esperan que el hecho de exponer la situación en que viven diariamente los animales lleve a la conclusión lógica de que no es ético infligirles tal sufrimiento o tratarlos como si fueran objetos. Si hubieras visto tanukis (perros-mapache chinos) siendo despellejados aún vivos por su piel, cerdos siendo hervidos mientras están conscientes, vacas con la pelvis rota a la que les arrancan los ojos, o trabajadores de un matadero saltando sobre pavos para ver cómo les prolapsan los intestinos por el ano, no encontrarías el antiespecismo tan descabellado. El paralelismo establecido entre el Holocausto y el trato a los animales vino de una contundente frase del Premio Nobel judío Isaac Bashevis Singer, quien afirmó que "los hombres son nazis para los animales y su vida es un eterno Treblinka".
Por otra parte, defender un trato injusto y cruel mediante la perpetuación de la especie es tan absurdo como si los amos blancos hubieran dicho que gracias a la esclavitud preservaban los genes de la raza negra. A un cerdo al que castran sin anestesia, le importa un pepino su especie y su supervivencia. Y, francamente, a mí me importa otro pepino la preservación de la especie humana cada vez que trato con un paciente, porque lo que me importa es su bienestar individual y el alivio de su dolor. A efectos de consideración moral, lo que debemos tener en cuenta es, pues, al individuo (eso diferencia a los anti-especistas del movimiento conservacionista). Es una pena que Gandhi, Einstein, Voltaire, Adorno, Schopenhauer o Schweitzer hayan muerto porque quizá te gustaría el desafío de convencerles de tu creencia de que los humanos estamos por encima de la escala evolutiva.
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Ecologismo
El especismo, la última frontera de la estupidez
Fernando Díaz Villanueva
Pretenden también proscribir la caza, la pesca y que dejen de criarse animales para consumo humano. No se plantean que muchas especies existen precisamente por eso, porque las consumimos, de ahí que tengan su supervivencia garantizada.
Hay una regla de oro en política que nunca falla: toda estupidez no sólo es susceptible de ser superada sino que, en la práctica, es siempre e inevitablemente superada. Lo vemos a menudo entre los que viven de ella, y si no van más allá es porque pisar el acelerador pondría en entredicho la paga del mes. Entre los que se dedican a teorizar en universidades y ONG, en cambio, la cosa cambia. Si el discípulo no supera al maestro en desvarío y chifladura ni uno es discípulo ni el otro maestro.
Cuando creía haberlo visto todo en cuanto a servilismo, ideas descabelladas y modos de perder el tiempo a costa de los demás, me he encontrado con una corriente de "pensamiento" que deja en la cuneta todo lo que ha pasado delante de mis ojos en los últimos veinte años. Se trata del especismo, un "ismo" idiota a añadir a otros tantos, que, de puro extravagante que es, me ha llamado tanto la atención que me he informado de qué y contra quién va.
Fue creado por un psicólogo británico llamado Richard Ryder en la década de los setenta y consiste en la creencia de que todas las especies, bueno, no todas, sólo las animales, son iguales y están dotadas, por lo tanto, de los mismos derechos. Debidamente hilvanada la teoría sobre un principio tan absurdo, el psicólogo concluyó que los perros, los gatos o los chinches de los colchones son exactamente lo mismo que los seres humanos y como tal hay que considerarlos. Quien no comulgue con esto es algo parecido a un racista. Así de simple.
Sin entrar en cuestiones obvias, como que se debe tratar a casi todo el reino animal con respeto y del modo más humano posible, la especie (y nunca mejor traído un sustantivo) que Ryder y sus epígonos propagan es una soberana estupidez. Lo es porque la vida humana vale mucho más que la de cualquier animal, y en esto no creo necesario recurrir a teoría ni escuela de pensamiento alguna sino que al más elemental sentido común, que es de lo que andan ayunos los especistas.
Por desgracia, nuestro mundo no es un lugar donde la razón impere siempre. Los especistas se han hecho hueco y sus irracionales soflamas impregnan buena parte del movimiento ecologista. Pretenden, por ejemplo, que dejemos de comer carne (los que podemos, claro) para integrarnos en su dieta vegetariana o vegana, que es una variante pero absteniéndose hasta del queso. Hace unos años los especistas más bizarros, que se agrupan bajo una asociación cuyo nombre tiene ciertas connotaciones narcóticas (PETA), lanzaron una campaña que decía, textualmente, "Holocausto en su plato", haciendo referencia a la afición que muchos tenemos de comer pollo frito. No entro en la banalización del verdadero holocausto, pero sí en lo desmadrado del eslogan, propio de gente que no está bien de la cabeza.
Pretenden también proscribir la caza, la pesca y que dejen de criarse animales para consumo humano. No se plantean que muchas especies existen precisamente por eso, porque las consumimos, de ahí que tengan su supervivencia garantizada mientras la especie humana esté sobre la Tierra. Tampoco se plantean que una dieta rica debe ser completa y no sólo a base de vegetales. No tienen en cuenta que millones de personas viven de la industria alimentaria y gracias a la industria alimentaria. Y, por supuesto, en ningún momento piensan que cada uno come lo que le viene en gana cuando le viene en gana, siempre y cuando no termine en su plato un semejante, es decir, un ser humano. Porque esta es la madre del cordero. Los seres humanos no somos iguales que el resto de los animales. Estamos por encima en la escala evolutiva. Creo que eso debería ser suficiente, aunque lo reconozco, explicar algo tan básico a los de PETA puede ser tarea imposible.
© AIPE
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