Me temo que hoy no voy a coincidir con mi estimado director, que ayer hablaba al respecto. No sólo estoy a favor de prohibir la tortura pública, comercializada y gozada, de animales indefensos, sino que creo que es una obligación de la democracia.
A estas alturas del partido, todos sabemos que el verbo prohibir forma parte de la libertad de los pueblos, y, de la misma manera que prohibimos otros actos malvados, también es lógico, necesario y ético prohibir el festival de sangre que acaba con la muerte violenta de un toro.No se trata de hacer una sociedad más prohibitiva, se trata de hacer una sociedad más sana, más humana y, sencillamente, más justa. No tengo, pues, ninguna duda en que la carnicería del toreo tiene que ser prohibida, y por ello formo parte de la campaña del PROU, que ya ha conseguido cerca de 200.000 firmas.
Ninguna sociedad decente puede asumir, como normal, que existan espectáculos de tortura y muerte de seres vivos, aunque sea una costumbre antigua y forme parte del ADN colectivo más embrutecido. Aceptar esa normalidad es aceptar la maldad como forma de tradición, lo cual es inadmisible.
Más allá de este debate legal, la contingencia nos lleva al actual paradigma de esta carnicería, cuyo paso por Barcelona tuvo aires de conquista chulesca. José Tomás vino, perpetró su festival de sangre, y enloqueció a un público que sabe, perfectamente, que es la absoluta minoría de este país.
Al respecto, alguna consideración. Por ejemplo, sobre la provocación. No me impresiona que Tomás rete a la sociedad catalana, y venga a Catalunya para plantar la bandera de una fiesta cruel y obsoleta.
Al contrario, me parece lógico que se preocupe por la ofensiva catalana contra esta práctica, no en vano ponemos en peligro su millonaria inversión. Que venga, que se fotografíe con sangre de animales que ha matado, que enseñe sus pobres orejas cortadas, que perpetre un espectáculo de testosterona primitiva, que recuerde al mundo la condición salvaje del ser humano, que festeje con la agonía de esos pobres toros, condenados inútilmente, víctimas del gusto por la barbarie.
Que venga siempre, cada día, cada semana, en todo momento, que se agoten sus entradas, que haga caja, que venga hasta que la decencia, el respeto a los animales, y el sentido de justicia, triunfe por encima del gusto a la muerte.
Tanto Tomás como sus seguidores saben que es cuestión de tiempo, saben que están en el lugar equivocado del mundo, allí donde no habita la caridad. Saben que los pueblos avanzan, y que por el camino de la civilización, abandonan prácticas miserables, que los habían embrutecido como sociedad.
Tanto Tomás como los suyos saben que un día no existirá esta tortura gratuita y brutal. Y por eso están a la defensiva. Lo cual es una buena noticia. Significa que estamos cerca.
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